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La plenitud de la vida

Desplazar a la plenitud de la vida por actividades o pensamientos que no edifican nuestro ser, es uno de los grandes errores de nuestros tiempos.

 

Momentos agitados en donde no se trabaja para vivir sino que se vive para trabajar, han creado una especie de jaula virtual en medio de un planeta lleno de grandes posibilidades de satisfacción.

 

Puede que hasta pensemos que una persona que logra disfrutar la vida "a plenitud" sea una especie de personaje de ficción o un concepto utópico.

 

Pero lo cierto es que al liberarnos de pensamientos auto-destructivos y comenzar a renovar nuestra mentalidad, marca el inicio para tomar la vida con calma y disfrutar una vida plena.  El hecho de funcionar plenamente sí es posible, y está a nuestro alcance.

 

La vida plena no significa que todo marche perfectamente, o la ausencia de problemas, ni tampoco que todo sea felicidad. La vida plena consiste es vivir con mentalidad renovada para tomar acciones que nos permitan tomar lo bueno y lo malo que nos suceda a fin de generar estrategias de crecimiento. Es comenzar a tener satisfacción, incluso, por los más pequeños detalles que recibimos día a día.

 

Una persona que vive a plenitud, tiene cualidades muy especiales que de ninguna manera tienen que ver con aspectos socio-económicos, geográficos, raciales, culturales, académicos, ni con cualquier otra "clasificación tradicional" que exista en nuestra sociedad. Lo cierto es que una persona plena se distingue del resto porque no le interesa la complejidad del mundo, pero sí busca disfrutar de la simplicidad de la vida, de lo noble, de lo grato, de aquello que brinda paz al corazón.

 

Una persona plena, disfruta lo que hace, se siente cómoda con cada actividad que entrega a la humanidad, se despoja de las quejas y no trata que todo se acomode a sus gustos. No se burla de los demás, ni se impacienta, no reprocha a quienes son felices con lo que hacen. Las personas que buscan la plenitud no acusan al resto y respetan la opinión de los demás, pero sí defienden sus argumentos cuando es necesario hacerlo. No toman partido en envidias, chismes, ni críticas destructivas, ni otros sentimientos tóxicos.

 

Que logremos disfrutar la vida a plenitud no es un mito, es una palpable realidad que la podemos saborear día a día. Después de haber moldeado nuestros pensamientos, el siguiente paso es aprender a regocijarse de las cosas buenas que nos rodean: un paseo al aire libre, un buen libro, un café, practicar un deporte, transpirar y respirar, viajar, acampar, disfrutar una película, ir a una iglesia y conversar con Dios, en fin, hay tantas cosas que hacer para todos los gustos y la gran mayoría de ellas no implican grandes gastos.

 

Debemos lograr que la vida nos guste tal como es, si hace calor o frío, si hay tráfico o no, si llueve o hay un sol caluroso, si estamos en medio de una fiesta o estamos solos, si hay alegrías o hay tristezas. Disfrutar la vida es dejar que nuestros sentimientos salgan, no nos reprimamos, la represión quita libertad emocional y física. Si tenemos ganas de reír, pues riamos a carcajadas; si tenemos ganas de llorar, pues lloremos, que las lágrimas liberan mucha tensión. Si estamos en medio de un tráfico oremos, escuchemos nuestras canciones favoritas. Si lo planificado, no resultó; cambiemos el plan pero no la meta.

 

Cuando comenzamos a sentir que cada cosa que nos pasa tiene un propósito positivo, estaremos llegando a un siguiente nivel para alcanzar aquella plenitud. Vivir a plenitud tampoco quiere decir que todo lo que nos pasa tenga que agradarnos o que lo tengamos que disfrutar, más bien es expresar con altura lo que no nos agrada y sentirnos libres de hacerlo; vivir a plenitud es tener sabiduría para levantarnos de los malos ratos y desechar los lamentos y temores. Aceptar los problemas como parte de la plenitud de la vida y no como una tragedia  es fundamental para este logro. Es dejar que nuestro corazón de niño se mantenga vivo, un niño disfruta de jugar, cuando se cae y se lastima, no deja de jugar al día siguiente, sino que se pone de pie y con una costra en la rodilla continúa su aventura, aunque se vuelva a lastimar y tenga que volver a jugar con dos heridas, y si se vuelve a caer y se lastima los codos, no dejará de seguir jugando, ni aunque se vuelva a tropezar y se lastime el rostro; descansará, tomará impulso y esperará un nuevo amanecer para volver a jugar. Al fin y al cabo, las heridas cicatrizan, y a pesar de que pueden dejar huellas, al final ya no dolerán. 

 

Ser actores de una vida plena, es liberarse de las culpas por los errores del pasado y verlos como aprendizajes de crecimiento, es dejar todo en manos de Dios para desechar toda clase de ansiedades. Una persona plena no se aprovecha de los demás, sino que contribuye al trabajo en equipo, buscando trabajar moderadamente sin dar poco ni dar en exceso cuando intervienen varias personas. El conseguir las cosas de la manera fácil o por vías incorrectas, no es un reto ni un camino para vivir a plenitud. Vivir a plenitud es buscar primero las riquezas espirituales antes de ir tras los logros materiales.

 

Vivir el presente a plenitud, es sembrar y cosechar frutos cada día, sin postergar. Es realmente absurdo esperar el mañana para disfrutar de lo que podemos hacerlo hoy mismo. Ser plenos también implica ser independientes pero abrazando la dependencia a Dios. 

 

Vivir a plenitud es mirar a los problemas como desafíos para vencer, es impedir que las noticias virales e inquietantes perturben nuestra tranquilidad, es no atarse a las modas del mundo y ser uno mismo. Actuar como realmente somos y sin máscaras es el siguiente nivel para una vida plena. Es dejar de atormentarse por lo estricto pues una persona que vive a plenitud tiene autodisciplina propia y es creativa, no se siente superior ni inferior a los demás, se enfoca en aprender día a día para aumentar su sabiduría, busca espacios en su mente para no aburrirse ni deprimirse.

 

Una persona que vive a plenitud tiene a Dios como su baluarte de paz, como su manantial de descanso y como su esperanza en tiempos de prueba. Tener una espiritualidad activa, nos lleva a tener una vida más sana en lo físico y mental. Confesarse, asistir a misa, comulgar, rezar el Rosario y visitar al Santísimo son riquezas valiosas para liberar nuestras tensiones, relajarnos y llenarnos de paz. Evaluar nuestra vida respecto al Evangelio nos hará personas más plenas.

 

"No se dejen esclavizar por nadie con el vacío de una engañosa filosofía, inspirada en tradiciones puramente humanas y en los elementos del mundo, y no en Cristo. Porque en Él habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad, y ustedes participan de esa plenitud de Cristo, que es la Cabeza de todo Principado y de toda Potestad." (Colosenses  2, 8-10). 

 

Recuerda esto:

 

La plenitud de la vida comienza con la renovación de nuestra mentalidad con la plena confianza de Dios para sembrar sentimientos de paz y cosechar tesoros dulces. Es tomar todo lo que nos sucede para generar estrategias de crecimiento personal.

 

Con afecto,

Javier

 

 

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