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El círculo de Dios

 

Imaginemos que estamos en medio de un campo de batalla en donde una serie de peligros atentan contra nuestra integridad, y justo allí, encontramos una poderosa “muralla anti-misiles” para refugiarnos y estar seguros. A pesar de lo que ocurra afuera de la muralla, estaremos protegidos si permanecemos dentro de ella.

 

Nuestra vida es así. Nos enfrentamos con diversos escenarios, y naturalmente, nuestra humanidad por sí sola no podría enfrentar tanto cúmulo abrumador, así como una persona no podría defenderse con sus propios recursos en medio del campo de batalla del ejemplo inicial, a menos que ingrese a la muralla protectora. 

 

Si tan solo pudiésemos asimilar por completo que en nuestra vida, contamos con una fortaleza de poder infinito y que está a nuestro alcance si así lo quisiéramos, un baluarte de protección que es la presencia de Dios en nosotros. Refugiarnos y permanecer dentro del círculo de Dios es lo único que podemos hacer para coexistir con sosiego y a la vez con vigor dentro del mundo y sus diversos matices. Permanecer dentro del círculo de Dios asegura nuestra meta celestial que es el paraíso.

 

"¡Yo te amo, oh Señor, fuerza mía!. El Señor es mi roca, mi fortaleza y mi libertador. ¡Oh mi Dios! ¡Roca en que me refugio, mi escudo, mi fuerza y mi salvación!. Invoqué al Señor, tan digno de alabanza, y me salvó de mis enemigos." (Salmos 18, 2-4).

 

 

LA LLAVE DEL CÍRCULO DE DIOS:

 

Para ingresar al círculo de Dios, naturalmente el primer paso consiste en reconocer que existe, es decir, aceptar de corazón que Dios es nuestro Padre Protector de poder infinito. El siguiente paso es tener la certeza de su protección bajo cualquier circunstancia, la plena confianza en Él, nuestra fe inquebrantable en su potestad para sentirnos vencedores y seguros día tras día. El paso final, es tener el deseo apasionado de permanecer dentro del círculo de Dios y no salirnos bajo ninguna circunstancia, esto como una condición irrenunciable de vida. Estas consideraciones vienen dadas por nuestra aceptación de la coexistencia de la Santísima Trinidad: 1) Reconocer a Dios como Padre Todopoderoso, 2) Creer en nuestra salvación y redención por medio de Jesucristo, 3) Alimentar nuestro fervor a través del Espíritu Santo. 

 

 

Por eso, cuando invocamos a Dios Padre, a Dios Hijo y a Dios Espíritu Santo, automáticamente tomamos en nuestro poder la llave para ingresar al círculo de Dios. Persignarnos (signarnos y santiguarnos), o profesar la oración del Gloria: “Gloria al Padre, Gloria al Hijo y Gloria al Espíritu Santo. Como era en el principio,  ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén”, no son simples gestos humanos, invocar a Dios Uno y Trino es una señal maravillosa que nos otorga la llave para acceder a la Muralla Divina para resguardarnos de los peligros del mundo. Y que mejor si a la par, nos hacemos la señal de la cruz. Nuestra insignia de cristianos, es la cruz, pues Jesús fue crucificado y con su preciosa sangre nos redimió, llevar una cruz en el pecho y/o persignarnos, debería ser lo más natural para nosotros, así como el hacerlo con profunda devoción y honor.

 

Profesar nuestra fe a través del rezo del Credo es sacarle brillo a la llave del círculo de Dios. ¡Qué bonito sería hacerlo todos los días!, ¿verdad?. El Credo es una oración que evoca nuestra fe por nuestros propios labios de manera exquisita. Tenemos el Credo de los Apóstoles (el más corto) y el Credo Niceno-Constantinopolitano. Entonces, no lo pienses dos veces para sacarle brillo a tu vida.

 

LA DEBILIDAD HUMANA NOS DESVÍA DEL CÍRCULO DE DIOS:

 

Como toda fortaleza, es esencial que podamos permanecer dentro para estar protegidos. Pero, es necesario considerar algo muy significativo: el círculo de Dios es de tan alta pureza que tan solo un desvío de nuestra parte, va a llevarnos a vulnerar nuestra integridad aunque sea en una mínima parte. Es como estar dentro de una muralla en medio de una guerra, pero en vez de estar ciento por ciento dentro, sacamos un dedo, un brazo o la cabeza, no es probable que perdamos la vida, pero si es probable que nos hieran al exponer una parte de nuestro cuerpo al campo de batalla. Ciertamente nuestra naturaleza humana es así, no podemos tener un ciento por ciento de espiritualidad y santidad, es por eso, que a pesar de estar buscando a Dios, a veces salimos lastimados en el mundo puesto que consciente o inconscientemente hacemos el mal en vez de hacer el bien.

 

Nuestra debilidad humana nos vulnera y vulnera la conexión intima con Dios y nuestra santidad, pero es algo con lo que debemos vivir, así somos, tenemos una inclinación para "obrar mal", a caer en el pecado, a esto se le denomina: "concupiscencia". La concupiscencia nos hace propensos a preferir lo fácil, lo placentero y a evadir las exigencias de Dios en nuestra vida, queriendo echar por la borda a nuestra "cruz".

 

 

LA PERMANENCIA DENTRO DEL CÍRCULO DE DIOS:

 

A diferencia de una muralla construida por humanos, el círculo de Dios nos acoge una y otra vez, aunque nos salgamos parte o totalmente debido a nuestra flaqueza humana. A esto se le conoce como la Gracia de Dios, y para profundizarla, necesitamos "la llave". Dios nos otorga todas las gracias para vencer a la tentación y al pecado. La Gracia de Dios nos basta para vencer a la concupiscencia, que incluso "disfraza" lo malo como si fuese bueno. La Gracia de Dios es su presencia activa en nuestro interior para recibir su auxilio y alcanzar la vida eterna, y la recibimos por primera vez en nuestro bautismo. Jesús con su muerte y resurrección ganó nuestra Gracia y amistad con Dios, pues Dios sabe que solos no podíamos vencer, necesitamos de Él. Tener al Espíritu de Dios como defensor y fortalecedor es un don puro, y cada vez que pecamos, estamos dañando esa noble intimidad con Dios. La Gracia de Dios es su invitación formal para que ingresemos a su círculo íntimo.

 

a) La gracia de Dios y el cumplimiento de sus mandamientos

 

Nuestra permanencia dentro del círculo de Dios está respaldada por su Gracia. Pero como somos proclives a caer en pecado, lo que podemos hacer para disminuir nuestras heridas, es en primer lugar, vivir el fundamento de Dios en sus mandamientos: esto se resume en el amor a Dios, el amor a nosotros mismos y el amor a los demás: "«Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?». Jesús le respondió: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.»" (Mateo 22, 36-39).

 

 

b) Cultivar virtudes con dominio propio para vencer

 

Lo segundo que debemos tomar en cuenta para permanecer intactos dentro del círculo de Dios, es buscar la santidad hasta el porcentaje que más podamos. Esto ya dependerá de nuestra virtud para vencer a nuestra humanidad. Los pecados capitales (originan otros pecados) se vencen con las virtudes, de modo que cada día deberíamos por lo menos hacer un breve examen de conciencia para evaluar nuestra vida y medir nuestro grado de pureza ante Dios:

  • HUMILDAD: es necesario reconocer la grandeza de Dios en nuestras vidas y reconocernos pequeños en nuestras fallas y seguros ante su poder infinito, declararnos dependientes de Él. Es importante ser sencillos, evitar que nuestro ego "se crezca" en los reconocimientos o estatus del mundo, es desechar nuestra arrogancia. Con la humildad vencemos a la soberbia. 
  • GENEROSIDAD: es la entrega de corazón de nosotros mismos o de lo que poseemos a quienes lo necesiten. Evitar el acaparamiento insensato es necesario. Con la generosidad vencemos a la avaricia.
  • CASTIDAD: es el control de nuestro apetito sexual, es reconocer que el amor es algo que Dios nos brindó para resguardar nuestro cuerpo como templo de su Espíritu. El placer sexual de forma desordenada, deteriora la pureza del amor. Con la castidad vencemos a la lujuria.
  • PACIENCIA: es soportar con calma e inteligencia a las adversidades, una vida serena nos conduce a una bonita intimidad con Dios. La desesperación es nociva y poco inteligente. Con la paciencia vencemos a la ira.
  • TEMPLANZA: es la moderación o dominio propio para no exagerar en las cosas o actividades que nos gustan, como el comer, beber, festejar, entre otras cosas. Los gustos desordenados y excesivos no hablan bien de nosotros, conducen a vicios y deterioran nuestra salud. Con la templanza vencemos a la gula y a los desenfrenos.
  • CARIDAD: es buscar el bienestar de los demás, a diferencia de la generosidad, la caridad nos permite entregar no solamente cosas físicas, sino pensamientos, ideas de  bienestar, sonrisas, abrazos, empatía. La caridad nos permite ser amables, liberarnos de resentimientos o deseos malos hacia los demás. Con la caridad vencemos a la envidia y a los malos deseos para otras personas.
  • DILIGENCIA: es hacer las cosas con ánimo, responsabilidad y honorabilidad. Debemos cumplir nuestras obligaciones con alegría y esmero. Un tip para ser diligentes, es mantener nuestro cuerpo y mente en constante actividad sana, de cosas productivas ya sean físicas o espirituales. Con la diligencia vencemos a la pereza.

"En fin, mis hermanos, todo lo que es verdadero y noble, todo lo que es justo y puro, todo lo que es amable y digno de honra, todo lo que haya de virtuoso y merecedor de alabanza, debe ser el objeto de sus pensamientos." (Filipenses 4, 8).

 

 

c) Mantener nuestra vida cerca de Dios y al margen de lo tóxico del mundo 

 

Cuando no buscamos a Dios en lo que verdaderamente importa, nos convertimos en esclavos del mundo ya que ponemos nuestras energías en cosas que no son relevantes desde un punto de vista espiritual. Por ejemplo, cuando nos llenamos de noticias negativas, cuando los prejuicios y dilemas de las normas del mundo nos importan más que las virtudes, cuando nos peleamos por asuntos deportivos, políticos, económicos. Cuando no nos sentimos agradecidos ni contentos con lo que tenemos y buscamos llenar necesidades superficiales. En fin, podemos hallar en nuestra valoración interna todas aquellas cosas que hacemos y que no nos conducen a las riquezas espirituales.

 

El círculo de Dios brilla si nosotros lo vemos de cerca, no podríamos ver su brillo si estamos alejados. Por ello, procuremos buscar a Dios como nuestro tesoro y preocupémonos por las cosas que verdaderamente nos conducen a Dios. Que nuestro tesoro sea Dios y que Él esté en nuestro corazón: "No acumulen tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los consumen, y los ladrones perforan las paredes y los roban. Acumulen, en cambio, tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que los consuma, ni ladrones que perforen y roben. Allí donde esté tu tesoro, estará también tu corazón." (Meteo 6, 19-21).

 

Por ejemplo, lo que nos acerca a Dios, es la oración, es la Eucaristía en comunión, es la alabanza, es rezar el Rosario, es amar a nuestros seres queridos, es asimilar una lectura de la Biblia, es caminar junto a otras personas que buscan a Dios, es cumplir los mandamientos y cultivar las virtudes para vencer a los pecados, es amar a la naturaleza, es buscar la paz, es mirar la vida con alegría, es ver a los demás como personas que necesitan comprensión, es querer ser santo, es desear ir al cielo, es cerrar los ojos y pensar en planes positivos, es dejar una huella de bienestar que puedan seguir otras personas, es poner nuestros dones al servicio de la obra de Dios. Todo lo que contribuya a acercarnos a Dios, a amar, a vencer al pecado y a hacer el bien es lo que realmente nos debe importar.

 

No podemos ser ciento por ciento santos, de hecho esta pureza solo puede tenerla Dios. Inclusive los santos de la Iglesia cometieron errores, sin embargo ellos tuvieron algo que los diferenció del resto: procuraron día a día permanecer dentro del círculo de Dios, no dudaron ni un minuto en su deseo de llegar al cielo, pese a sus fallas y caídas. Así que no deberíamos sentirnos desdichados por pecar, pues la desdicha humana ocurre solamente cuando una persona rechaza a Dios. Por el contrario: el dolor de corazón, el arrepentimiento, la confesión, la comunión en Cristo, un cambio de vida para bien, y el reconocimiento de la grandeza del Señor para levantarnos, son base perfecta para experimentar la Gracia de Dios y redimirnos de nuestros errores.

 

Cuando estemos haciendo algo que consideremos "bueno" o "malo" desde nuestra concepción mental, hagámonos la siguiente pregunta: "¿Lo que estoy haciendo en este momento, me conduce a Dios y es lo que realmente Él quiere que yo haga conmigo y con los demás?.

 

 

Recuerda esto:

 

El círculo de Dios es una verdadera protección para nosotros. Su llave es reconocer su existencia, creer en su protección y alimentarnos de ganas de permanecer dentro, esto lo hacemos al invocar y bendecirnos en su Santa Trinidad: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. La profesión de nuestra fe a través de la oración del Credo nos otorga brillo especial. Basta la Gracia de Dios en nosotros para vencer y protegernos, pero nuestra naturaleza humana nos hace caer en actos de pecado que nos quitan santidad y nos lastiman. Por ello habremos de cultivar buenos hábitos por medio del amor hacia Dios, hacia nosotros y hacia los demás. También debemos alimentar nuestra santidad con dominio propio para que la Gracia de Dios nos permita cultivar virtudes de humildad, generosidad, castidad, paciencia, templanza, caridad y diligencia. Pongamos una barrera a las cosas tóxicas del mundo que pretenden contaminar nuestra vida y mejor busquemos la forma de hacer cosas que nos conduzcan a Dios, que es lo que realmente nos debería importar para acumular riquezas espirituales. Por cierto, no nos olvidemos de nuestra Virgen María, templo de la Trinidad, con ella, las cosas son más fáciles, es como tener un colgante precioso en nuestro cuello para guardar nuestra llave del círculo de Dios y evitar que se nos "pierda" por el camino.

 

 

Con afecto,

Javier

 

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