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La plenitud de la felicidad es el amor de Dios

La plenitud de la excelencia personal para disfrutar de la felicidad íntegra, es: fundirse en el amor de Dios.

 

Esta perfección se concreta de manera eficiente, cuando buscamos relacionarnos íntimamente con Dios en cada momento de nuestra vida, en cada circunstancia que experimentamos, en la alegría y en la dificultad.

 

Dios busca amarnos incondicionalmente, Dios es la perfección de amor y poder infinito. Su amor es perfecto: es victoria, es fortaleza, es esperanza, es paz, es armonía mutua, es confianza, es buscar la felicidad propia en la felicidad de los demás, gozarnos en Él en medio de nuestra realidad. Si nuestro objetivo no es buscar la felicidad de quienes amamos, no podremos alcanzar la felicidad plena, de modo que el cambio debe comenzar desde nuestro interior.

 

Si bien es cierto, el pecado es una brecha que nos quita la dignidad personal porque nos separa de Dios, también es cierto que gracias a Jesús, nuestra vida recobra la felicidad plena y todos los valores que nos dignifican como amados hijos del Altísimo.

 

Busquemos fundir nuestra vida a Dios en una profunda conexión, imitando a Cristo y reconociéndolo como el camino hacia la permanencia perfecta en Dios:

 

"El que confiesa que Jesús es el Hijo de Dios, permanece en Dios, y Dios permanece en él. Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en Él. Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios, y Dios permanece en él. La señal de que el amor ha llegado a su plenitud en nosotros, está en que tenemos plena confianza ante el día del Juicio, porque ya en este mundo somos semejantes a Él. En el amor no hay lugar para el temor: al contrario, el amor perfecto elimina el temor, porque el temor supone un castigo, y el que teme no ha llegado a la plenitud del amor. Nosotros amamos porque Dios nos amó primero." (1 Juan 4, 15-19) 

 

El amor es sanación, el amor la medicina para todos los males de la humanidad, y como Dios es amor puro, nuestra plenitud personal llega a brillar cuando vivimos para Dios y dejamos que Él viva en nosotros en cada momento. El amor vence todo sentimiento negativo que produce inestabilidad interior y actos improductivos. El amor es universal, y debe ser la única forma de vivir en la vida y en todas sus facetas (familia, matrimonio, noviazgo, negocios, trabajo, planes, emprendimientos, diversión, y demás relaciones humanas). El amor debe estar siempre presente para superar las dificultades y disfrutar las alegrías. 

 

El amor de Dios nos anima, debemos confiar en Dios siempre, Él jamás nos abandonará. Su poder va más allá de nuestra imaginación, pues Él es el Dios de las sorpresas, de las alegrías, de la ternura. Mientras confiemos completamente en Dios y nuestra fe sea inquebrantable aún en los momentos más difíciles de nuestras vidas, las sorpresas y bendiciones llegarán por añadidura. Asumir con valentía los retos que se nos presentan es posible con la certeza del poder de Dios. Vivir nuestro día a día, sumergidos en la luz de Dios, será el camino hacia nuestra perfección.

 

El pecado es desobediencia a Dios, fue lo que destruyó la armonía entre Dios y el ser humano desde tiempos de Adán y Eva. Ellos cayeron en pecado por haber escuchado la voz del enemigo, de la serpiente que con astucia y engaño los llevó a caer. Por ello, debemos cerrar las puertas a aquellas voces que pretenden engañarnos,  a aquellas voces negativas. Debemos rechazar a todo lo que nos quite la paz y nos incite a desobedecer a Dios. Mientras tanto, Dios seguirá amándonos y protegiéndonos.

 

 

Debemos confiar en Dios y obedecerlo con el corazón, Él tiene la última palabra en cada situación de nuestras vidas y está buscando la manera perfecta para bendecirnos con su Gracia. Caminemos seguros y firmes en Cristo. Imitar a Jesús y caminar junto a Él, es la plenitud del triunfo y la felicidad. Jesús es el único camino para el paraíso celestial, tan grande es su amor, que incluso nos da la oportunidad de disfrutar de una parte del cielo en la tierra al bendecirnos.

 

 

Dios jamás nos abandonará, jamás dejará de amarnos, aunque nos alejemos de Él, como el hijo pródigo: siempre estará esperándonos para recibirnos con amor. Así que cuando los problemas lleguen a nuestras vidas, repitamos con fuerza lo que dijo San Pablo en Filipenses 4, 13: "Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”. La dicha volverá a nuestra vida en los tiempos perfectos de Dios, seamos pacientes.

 

 

Recuerda esto:

 

En el momento en que reconocemos que Dios es el Señor de nuestros desafíos, victorias y metas, podremos ver luz en la oscuridad y esperanza en medio de las dificultades. Cuando buscamos fundir nuestras vidas con Dios, el resultado será conseguir una vida de amor, una nueva vida de transformación para bien. Busquemos alabar a Dios siempre y recibiremos una lluvia de bendiciones y sorpresas inesperadas:

 

  • Pero gocen en Ti y alégrense todos los que te buscan, y los que desean tu salvación repitan: « ¡Qué grande es Dios» (Salmo 40, 17)
  • Dios es nuestra defensa y fortaleza, Él da perdón y gloria; Dios no les privará de ser felices a todos lo que marchan rectamente. Señor, Dios de los cielos, ¡feliz el que en Ti pone su confianza! (Salmo 84, 12-13) 

 

 

Con afecto,

Javier

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