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La fraternidad piadosa

Jesucristo nos enseñó el camino para alcanzar la salvación y la Vida Eterna, nos mostró que el mayor mandamiento es el amor a Dios y a los demás.

 

Este gran mandamiento manifiesta un maravilloso vínculo que nos permite conocer íntimamente al Padre, como Él nos conoce.

 

De esta manera, también podemos sentir que todos somos parte de la creación, y que cada persona –al igual que nosotros– comparte ése mismo vínculo. En consecuencia, tanto la armonía y la fraternidad con otras personas es parte esencial del vínculo que nos une al amor de Dios. El amor incondicional de Jesús entorno al vínculo que comparte con el Padre, hizo que entregue su vida por la humanidad.

 

“Yo soy el buen Pastor: conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen a mí –como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre– y doy mi vida por las ovejas.” (Juan 10, 14-15)

 

Nosotros, siguiendo el ejemplo de Cristo, también podemos "entregar" nuestra vida a los demás de diversas formas: amando a nuestros seres queridos, fomentando el respeto y la paz, sirviendo, aconsejando, siendo aquella luz que puede alumbrar a quienes lo necesitan, brindando lo más noble de nosotros. Solamente de este modo podremos considerarnos verdaderos discípulos de Jesús:

 

“Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes los unos a los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros.” (Juan 13, 34-35)

 

Vivir de este modo es alcanzar una verdadera plenitud espiritual, pues este vínculo es un don del Espíritu Santo llamado: “piedad”.

 

El don de la piedad nos permite crecer en la relación fraterna con Dios y nos hace sentir verdaderamente sus hijos amados, al cumplir su voluntad, sabiendo que Dios quiere lo mejor para nosotros. Al mismo tiempo, este don nos ayuda a comprender que el amor de Dios es toda su creación, por lo que podemos sentirnos libres de manifestar ése amor hacia los demás y a relacionarnos como hermanos fraternos, reconociéndonos en conjunto: hijos de un mismo Padre.

 

Cuando los Apóstoles estaban reunidos y temerosos luego de la muerte de Jesús, ellos recibieron la visita victoriosa de Cristo resucitado quien derramó sobre ellos el Espíritu Santo, y de allí en adelante comenzaron una etapa maravillosa de nuestra Iglesia, pues los Apóstoles tenían vigor espiritual y fortaleza anímica para continuar la obra de Dios. Predicaron por varias regiones el mensaje de la Salvación. Anunciaron a Jesús, bautizaron en su Nombre a quienes lo aceptaban como el Salvador y les imponían las manos para que también otras personas reciban el Espíritu Santo.

 

El don de la piedad fue muy importante en la misión que tuvieron los Apóstoles, pues siempre guardaron un profundo amor por Dios y una fraterna relación con quienes aceptaban a Cristo en sus vidas. Se entregaron a evangelizar de manera gratuita, sin reservas. De este modo la Iglesia fue creciendo por todas las regiones y el número de cristianos aumentaba. Se crearon comunidades con presbíteros. En los caminos, siempre encontraban hermanos que los recibían en sus casas y les brindaban provisiones y alimentos. Cada quien ponía de su parte según los dones que recibían, incluso las personas entregaban sus bienes al servicio de la Iglesia. Entrega total, sin reservas, fraternidad amistosa, todo por Cristo. 

 

Una nueva etapa del plan de Dios se manifestaba en aquella época, la tesis del judaísmo y la antítesis del paganismo fueron agrupadas en la síntesis del cristianismo. El Evangelio de Cristo fue luz de vida nueva para todos aquellos que lo aceptaron en su corazón, independientemente de sus orígenes:

 

“Porque todos ustedes son hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús, ya que todos ustedes, que fueron bautizados en Cristo, han sido revestidos de Cristo. Por lo tanto, ya no hay judío ni pagano, esclavo ni hombre libre, varón ni mujer, porque todos ustedes no son más que uno en Cristo Jesús.” (Gálatas 3, 26-28)

 

Desde luego, la misión que tuvieron los primeros cristianos no fue fácil. Se enfrentaron a persecuciones de judíos que no aceptaron a Jesús como el Mesías, y a paganos que siguieron creyendo en sus “dioses” y no aceptaron al Dios único y verdadero. El imperio romano también fue un obstáculo que tuvieron que padecer. La Iglesia de Cristo fue calumniada y perseguida, los miembros de la Iglesia fueron golpeados, torturados y asesinados, pero aun así, la firmeza de los cristianos se mantuvo inquebrantable, para ellos era una alegría padecer a causa de Jesús. Los santos mártires sabían que era un honor morir por Jesús y aunque sus captores pretendieron que cambien de opinión respecto a su fe, ellos se mantuvieron firmes adorando a Jesús como su único Señor. Todas las dificultades que padecieron, jamás fueron superiores a la fuerza del Espíritu Santo que habitaba en ellos, su fe permaneció intacta.

 

La lectura de los Hechos de los Apóstoles nos permite enriquecernos de la obra de Cristo en su Iglesia, y entender este profundo don de la piedad, entre muchas más riquezas que nos pueden tocar el corazón. Ahora entendemos el énfasis que San Pablo puso para definir a la piedad:

 

“La piedad, en cambio, es útil para todo, porque encierra una promesa de Vida para el presente y para el futuro.” (1 Timoteo 4, 8)

 

La piedad facilitó a los primeros cristianos la vivencia de su fe en una profunda unidad con Dios y con sus hermanos, fue fundamental para el crecimiento de los cristianos. En nuestros tiempos, una sociedad piadosa hará que podamos construir relaciones fraternas más sólidas al ver a Dios como a nuestro Padre Bueno cuyos hijos debemos vivir en fraternidad mutua.

 

Por el contrario, una sociedad indiferente está alejada de esta armonía espiritual. La sociedad impía es cuna de personas de corazón duro ante Dios y ante otras personas. La impiedad es producto de un desordenado ego, en donde el “Yo puedo por mis propios medios” prevalece al “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”.

 

Recuerda esto:

 

El don de piedad, perfecciona la relación íntima con Dios, liberando al ser humano de la cárcel de su propio egoísmo, lo orienta continuamente hacia Dios y hacia otras personas. Este vínculo perfecto hará que el desempeño personal sea fortalecido por Dios para culminar grandes logros. Simplemente no podemos tratar mal a las personas y decir que amamos a Dios al mismo tiempo. La unidad junto a Dios hace cosas extraordinarias en el ser humano.

 

Con afecto,

Javier

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