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El secreto del frasco de alabastro

En la época de Jesús sobre la tierra, una mujer rompió un frasco de alabastro, derramando un valioso aceite sobre Jesús:

 

"Jesús estaba en Betania, en casa de Simón el leproso. Mientras estaban comiendo, entró una mujer con un frasco precioso como de mármol, lleno de un perfume muy caro, de nardo puro; quebró el cuello del frasco y derramo el perfume sobre la cabeza de Jesús. Entonces algunos se indignaron y decían entre sí: «¿Cómo pudo derrochar este perfume? Se podría haber vendido en más de trescientas monedas de plata para ayudar a los pobres.» Y estaban enojados contra ella. Pero Jesús dijo: «déjenla tranquila. ¿Por qué la molestan? Lo que ha hecho conmigo es una buena obra. Siempre tienen a los pobres con ustedes y en cualquier momento podrán ayudarlos, pero a mí no me tendrán siempre. Esta mujer ha hecho lo que tenía que hacer, pues de antemano ha ungido mi cuerpo para la sepultura. En verdad les digo: donde quiera que se proclame el Evangelio en todo el mundo, se contara también su gesto y será su gloria»."  (Marcos 14, 3-9)

 

Esta mujer consideró que Jesús era digno de recibir tal sacrificio de honor, ella tenía sueños y rompió su frasco de alabastro en presencia del único que podía mirar su corazón y convertir sus sueños en realidad y esperó con confianza la voluntad de Dios.

 

Si Dios nos da una tarea difícil, pidamos con mucha fe que nos ayude a tener una actitud y respuesta afirmativa a su voluntad, así como María al Ángel cuando le dijo: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra." (Lucas 1, 38)

 

Tomemos nuestro frasco de alabastro con nuestra alma, nuestro cuerpo, sueños y entreguémosle a Jesús. Caminemos felices por la senda de la vida que Él tiene para nosotros. Descubramos que la felicidad no está en ser solteros, casados, pobres o ricos, sino en nuestra relación con Dios. Solamente Jesús es el único que nos hará plenamente felices en cualquier circunstancia personal que vivamos.

 

En el libro de Ruth, podemos ver a una joven viuda quien rompió su frasco de alabastro, dejó su pueblo y siguió al Señor a donde fuera que Él lo llevara: "Rut le replicó: No me obligues a dejarte yéndome lejos de Ti, pues a donde vayas iré yo; y donde Tú vivas, viviré yo; tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios" (Rut 1, 16)

 

En el Libro de los Hechos podemos encontrar a una mujer llamada Lidia, quien acogió el Evangelio predicado por San Pablo y fue la primera persona en convertirse al cristianismo en Europa: "De allí fuimos a Filipos, ciudad importante de esta región de Macedonia y colonia romana. Pasamos algunos días en esta ciudad, y el sábado nos dirigimos a las afueras de la misma, a un lugar que estaba a orillas del río, donde se acostumbraba a hacer oración. Nos sentamos y dirigimos la palabra a las mujeres que se habían reunido allí. Había entre ellas una, llamada Lidia, negociante en púrpura, de la ciudad de Tiatira, que adoraba a Dios. El Señor le tocó el corazón para que aceptara las palabras de Pablo. Después de bautizarse, junto con su familia, nos pidió: «Si ustedes consideran que he creído verdaderamente en el Señor, vengan a alojarse en mi casa»; y nos obligó a hacerlo." (Hechos 16, 12-15)

 

Busquemos la voluntad de Dios, pidámosle sabiduría para entender cuáles son sus planes; y recordemos siempre que los tiempos y planes de Dios son perfectos, son mejores que los nuestros. Sigamos a Jesús con todo nuestro corazón, alma y mente.

 

Seguir a Jesús es un camino de esfuerzo, y puede resultarnos pesada nuestra cruz. Pero estar lejos de Jesús es vivir en soledad y en tinieblas. Seguir la voluntad de Dios siempre nos dará la felicidad plena al final del camino.

 

Aceptar y hacer la voluntad de Dios es creer por completo y tener fe en nuestro Padre Celestial, quien conduce todo lo que ocurre en nuestras vidas de manera perfecta y siempre quiere lo mejor para sus hijos.

 

Un abrazo en Cristo y María.

 

Lidia  / Javier

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