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Siempre es buen momento para triunfar

Se dice que el triunfo logrado es la sumatoria de la experiencia adquirida a lo largo del tiempo, incluyendo los fracasos pasados. No cabe duda que una actitud positiva es una actitud de éxito.

 

Ni el fracaso, ni los malos momentos que puedan surgir en un día, podrán ser más trascendentes que la bendición permanente y fiel de Dios en nuestras vidas.

 

Siempre será un buen momento para triunfar y salir vencedores, pues la tormenta no dura para siempre. Nuestra fragilidad humana nos puede engañar y podemos suponer que las cosas malas tienen más peso que las cosas buenas, pero ésa no es la mentalidad de Dios para nuestras vidas.

 

A veces andamos por la vida desistiendo de luchar, de triunfar, de confiar en el Señor. Pero cuando decidimos levantarnos e ir en búsqueda de la alegría del corazón, todo empieza a cambiar.

 

El éxito no ocurre de la noche a la mañana, los grandes resultados no se producen por unas cuantas horas de trabajo, el éxito se forja permanentemente. Dios mismo se tomó su tiempo para crear al Universo, lo planificó y lo ejecutó según un Plan Perfecto.

 

No hay mejor manera que encaminarnos al éxito, imitando a Dios, Él es un ser de orden y acción, de misericordia. El primer paso para imitar a Dios es conocerlo. 

 

Imitar a Dios en nuestra condición humana no significa que caminemos sobre el agua o que hagamos milagros por donde vayamos. Imitar a Dios significa que seamos capaces de mantener orden en nuestros actos, con sabiduría y amor. Imitar a Dios es ser pacientes y tener un corazón noble. Así los problemas de la vida serán una escalera al triunfo, al alivio. Ya lo dijo Jesús:

 

"Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio." (Mateo 11, 29)

 

 

Imitar a Dios es amar al los demás como Él nos ha amado. Imitar a Dios es perdonar y aceptar su Voluntad con fidelidad. Imitar a Dios es tener la capacidad de confiar en su Providencia para transformar una oscuridad total en un universo de sueños convertidos en realidad y lograr lo que nos propongamos bajo el amparo divino.

 

Lo más grande del triunfo personal es volver a Dios cuando nos hemos alejado. Alejarnos de Dios no solamente implica dejar de buscar su amor de forma literal. Alejarnos de Dios también es apartarnos de las bendiciones que en su momento Él nos entregó. 

 

Nunca es tarde para reflexionar y dar un grito de victoria en Cristo. La ruina personal es para quienes se alejan de Dios y de sus bendiciones. El éxito personal está dado para quienes buscan a Dios y aceptan sus dones. Hay que levantarnos de nuestro letargo y volver a la alegría de Dios. Él siempre estará dispuesto a acogernos, si de nuestra parte hay convicción. Jesús lo explicó de forma magistral:

 

"Jesús dijo también: «Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte de herencia que me corresponde". Y el padre les repartió sus bienes. Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida libertina.  Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones. Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. Tenía ganas de calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. Entonces recapacitó y dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre!". Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: "Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros". Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente, corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó. El joven le dijo: "Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo". Pero el padre dijo a sus servidores: "Traigan enseguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado". Y comenzó la fiesta." (Lucas 15, 11-24)

 

 

El triunfo verdadero que se forja con la alegría del corazón, debe estar bien cimentado en nuestro interior, teniendo a Cristo como nuestra base. Caso contrario, podemos tener una sonrisa fingida para aparentar ante los demás que estamos bien. La verdadera alegría es sincera y se manifiesta en lo auténtico de nuestro ser.

 

 

La alegría en Cristo consiste en una vida de coherencia de vida, la genuina alegría produce una satisfacción interior que va más allá de lo bueno o lo malo de un día. El cristiano triunfante busca generar triunfos para sus seres amados, cuando se olvida de sí mismo para ayudarlos en sus necesidades. Un cristiano triunfante hace que el resto triunfe. 

 

El triunfo que viene de Dios, es una alegría que nada ni nadie nos podrá arrebatar. Teniendo esta clase de alegría, podremos bendecir a quienes amamos.

 

Con afecto

Javier

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