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Pan de Vida

Los hechos que hemos experimentado en el mundo, deberían ser suficientes para entender que es preciso un cambio radical a fin de mejorar nuestro ser.

 

Si lo que nos ha pasado, no ha hecho que nuestra relación con Dios mejore, será necesario reflexionar a profundidad que en nuestra vida terrenal nos estamos jugando el boleto para la Vida Eterna.

 

La fiesta de Corpus Christi, nos adentra a contemplar la esencia de nuestra fe: el Pan de Vida Eterna, el Cuerpo de Cristo, Jesús vivo en la Eucaristía. Alimentarnos de Cristo en la Sagrada Hostia es respirar el Cielo aquí en la tierra, es alimentar nuestra alma para fortalecer nuestra fe y caminar seguros hacia la Eternidad prometida. Jesús fue muy claro al respecto:

 

"Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo». Los judíos discutían entre sí, diciendo: «¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?». Jesús les respondió: «Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente»." (Juan 6, 51-58)

 

Atesorar el Cuerpo de Cristo en nuestra ser y deleitarnos con tan noble manjar, debe ser un acto que lo debemos cumplir con celo, alegría y actitud contemplativa. Pero para llegar a este banquete, primero debemos estar preparados. La confesión de nuestros pecados es la preparación contrita donde Cristo perdona nuestras faltas por medio del Sacerdote. El Banquete comienza desde nuestra visita al confesor y termina cuando el Cuerpo de Cristo se disuelve en nuestro ser sintiendo su abrazo íntimo y pacificador.

 

Este tiempo, la humanidad se ha privado de tan precioso banquete, de recibir a Cristo en su cuerpo presente en la Sagrada Hostia, nos hemos privado de confesarnos y reconciliarnos ante Dios.

 

No atravesamos una época de cambios, sino un cambio de época. Es momento de ser radicales y esforzarnos para salvar nuestra alma, de dar la importancia a los Sacramentos. De esto dependerá nuestro veredicto divino en el juicio final. Son tiempos de lucha espiritual, tiempos en donde hay tentaciones, violencia, corrupción, conflictos políticos y un verdadero estallido mundial. No podemos perdernos en un mundo de oscuridad, debemos buscar la Luz de Cristo y salvar nuestras almas.

 

Al llegar nuestra muerte, tendremos el juicio final cuyo veredicto será eterno: el infierno o el paraíso, todo dependerá de lo que hayamos obrado. Incluso si morimos en Gracia de Dios pero con pecados no resueltos, tendremos que pasar un tiempo en el purgatorio antes de ir al cielo.

 

Ciertamente, el camino a la Salvación no está basado en el temor de la condenación, sino en el amor a Dios y su recompensa en el Paraíso. Ya lo dijo San Alfonso: “Es innegable que todo lo que se hace sólo por temor del castigo y no por amor, es de corta duración.” Esto significa que no debe haber una conversión de los nervios sino del alma, y solo el amor de Dios es la única vía para la conversión de nuestra alma.

 

Saludos en Cristo y nuestra Madre María

Javier 

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