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El bautismo en el Espíritu Santo

Sabemos que Dios es nuestro refugio para depositar nuestras alegrías y dificultades, a fin de vivir a plenitud.

 

Pero hay ocasiones en que nuestras fuerzas se debilitan por diversos motivos, y buscar refugio en Dios parece ser la opción menos probable para elegir.

 

Todos hemos experimentado debilidad espiritual para enfrentar nuestros problemas, y ahí es cuando las ganas de luchar parecen escaparse de nuestra vida. En el momento en que dejamos que la debilidad crezca en nuestro ser, toda la motivación para alcanzar la felicidad se va perdiendo y a nuestra mente vendrán pensamientos negativos para buscar la salida fácil o abandonar nuestro camino.

 

Depositar nuestra confianza en Dios, tanto en las alegrías como en las dificultades, es nuestra única salida para alcanzar el éxito de nuestra vida. En un mundo tan convulsionado, esta verdad puede verse como una frase gastada. Sin embargo, para quienes reconocemos a Dios como el único capaz de transformarlo todo, esta es la verdad más efectiva para sentirnos fortalecidos día tras día.

 

Dios mismo conoce nuestra debilidad humana y sabe que estamos expuestos a las luchas del mundo y a los ataques del enemigo, en especial a quienes tienen un camino más apegado a la espiritualidad. Por esta misma razón, el Señor nos ha brindado a su esencia divina, al Espíritu Santo por medio de Jesús.

 

En el momento en que decidimos confiar en Dios, aun en las pruebas más difíciles, aun cuando el miedo, la ira o la tristeza nos invadan, tendremos la certeza de que Él obrará en nosotros milagrosamente y nos mostrará la salida hacia nuestra serenidad y felicidad. Una vida llena de confianza en Dios en toda circunstancia, solo es posible cuando permitimos guardar amor en nuestro corazón ya que solamente así podremos ser cuna y morada del Espíritu Santo quien nos dará fuerza, valor y ánimo para salir adelante.

 

La segunda Epifanía de Jesús, es su bautismo en el río Jordán. Juan el Bautista, primo de Jesús prepara el camino del Salvador y se reconoce inferior a Cristo: "Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si Juan no sería el Mesías, él tomó la palabra y les dijo: «Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; Él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego." (Lucas 3, 15-16).

 

 

De este modo, a partir de nuestro bautismo, recibimos del mismo Dios a su Santo Espíritu, y por medio de este sacramento sellamos nuestra herencia celestial. Esta herencia es nuestra, nos la ha otorgado Dios por amor y debemos tomarla como tesoro preciado.

 

El Espíritu Santo de Dios es la Fuerza Viva que nos permite fortalecer nuestra vida cuando nos aborda la debilidad. El Espíritu Santo transforma la oscuridad en luz, la tristeza en alegría, nos hace libres para gozarnos en Dios. En nuestro bautismo recibimos al Santo Espíritu, concediéndonos la facultad de invocar a Dios para refugiarnos en Él. En Dios ya no cabe la esclavitud sino la alegría: "Todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y ustedes no han recibido un espíritu de esclavos para volver a caer en el temor, sino el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios." (Romanos 8, 14-15).

 

Tal y como nos manifiestan las homilías de los sacerdotes, recordar la fecha de nuestro bautismo es más importante incluso que la fecha de nuestro nacimiento, pues fue el día en que recibimos la herencia de Dios como sus hijos, asimismo fue el momento en que recibimos a su Santo Espíritu que vive en nuestro interior para darnos fuerza cuando estemos débiles.

 

Como verdaderos herederos del Reino de Dios, no permitamos que la esclavitud de sentimientos negativos tome control de nuestra vida. Como hijos de Dios, tenemos la facultad de refugiarnos en Dios en cada momento e invocar con gozo a su Espíritu para llenarnos de fuerza en nuestro camino. Proclamemos la grandeza de Dios en cada momento, invoquemos su Santo Nombre siempre.

 

 

Recuerda esto:

 

Dios quiere nuestra felicidad, basta arrodillarnos en su presencia y depositar nuestros problemas en su Majestad, sin duda, Él obrará y lo hará de forma milagrosa. Su Espíritu Santo será nuestro consuelo y nos mostrará caminos de sabiduría y pensamientos de victoria.

 

 

No debemos abandonar el camino cuando se presenten dificultades. Más bien, debemos abandonarnos en Dios cuando el camino se ponga difícil, y Dios tomará nuestras vidas y nos dará su manantial de victoria y alegría.

 

Con afecto,

Javier.

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